Un OS de la épica historia de amor de Edward y Bella, esta vez ambientado en otra época, ¿será qué siempre estuvieron destinados a estar juntos?
Muy lejos de aquí escuché el ruido de los autos en la carretera y el sonido de succión de un siervo bebiendo de un río. El aire sopló y trajo consigo un miasma peligrosamente delicioso de unos jóvenes enamorados que jugueteaban en el bosque a varios kilómetros. Podía sentir el palpitar de su sangre en la yugular, llamándome. Si el olor me parecía fascinante el sonido sólo lo hacía más insoportable, era como una melodía con un efecto hipnótico.
Levanté el rostro y me encontré con un par de ojos curiosos; en ellos refulgía un brillo frenético. La luz de la luna llena le daba un aspecto sombrío a su rostro. Me concentré en su suave caricia, en el sutil bamboleó de sus dedos recorriendo la superficie desnuda de mi antebrazo.
—¿Podemos irnos si quieres?
Su labio inferior se curvó en una sonrisa franca.
—Estoy bien —le aseguré acariciándole el rostro. Él cerró los ojos.
—Creí que esto cambiaria pero sigues siendo mi Bella.
Suspiró.
Hace años que no visitábamos el prado. Este lugar mágico en el que habíamos llegado por primera vez ya hace tanto tiempo; Forks sólo era bosque en esa época y yo no me mudé aquí hasta después, cuando los prominentes árboles cubiertos de musgos y los helechos fueron remplazados por ruido y contaminación. La vegetación había respetado el terreno, seguía casi igual, como si el tiempo se hubiera congelado en el pasado, el maravilloso pasado de mi vida humana….
En la Italia renacentista mi familia era de las pocas que podían vivir del arte. Lamentablemente muchas de las obras anónimas de mi madre fueron consumidas en la hoguera de las vanidades.
Aunque la transformación involuntaria a mi nueva vida fue demasiado violenta existe un recuerdo que se rehúsa a desaparecer, como si hubiera tomado vida desde aquel momento.
Eran cerca de las doce, traía puesto un vestido de seda sin mangas y un par de pendientes que mi padre había mandado de Florencia especialmente para mí. Ondulé varias veces el vestido sobre el piso de madera de mi habitación, regodeándome con mi reflejo en el gigantesco espejo ovalado. Me gustaba como el vestido resaltaba mi color de piel.
De pronto, y Aún sumergida en mi vanidad, la marcha de las filas militares se escuchó afuera. Me acerqué al balcón y corrí las pesadas cortinas de terciopelo; asomé un poco el rostro: era inapropiado que una señorita espiar a los soldados. En cuanto mi vista se posó afuera lo vi, siendo inmortal todavía recuerdo la intensidad de la tremenda fuerza de atracción que me provocó no despegar la mirada al verlo por primera vez. Él Iba al frente, en ese momento no entendí por qué su rostro se parecía más al de una pintura y su cuerpo, fiel a la perfección de la obra de algún escultor de la época. Me asustó ver tanta belleza acumulada en una persona, era irreal. Su piel parecía refulgir, como si los rayos platinados de la luna fueran visibles atreves de su cuerpo. Me aparté del balcón, incapaz de creer lo que veía. Hice un hincapié en no volver a asomarme pero fue irresistible.
Los soldados se había esparcido por grupos de tres, y él estaba ahí, de frente a mi habitación. No supe qué hacer cuando sus ojos como la noche se posaron en mí, atravesando mi Ser con su poderosa insistencia. Él parecía no estarla pasándola bien, aunque en su mirada había una extraña fascinación. Fijé la mirada como pude en el suelo y fui retirándome del balcón lentamente.
La noche pasó. Y él seguía ahí, parado en medio de la calle custodiándome: podía sentir su presencia.
Al despertar de nuevo asomé la cabeza por la ventana. Percibí el desasosiego en mi cuerpo en cuanto me di cuenta que se había ido. Todavía conservaba esperanzas en cuanto salí a dar mi paseo matutino. Mientras avanzaba en el coche me preparaba mentalmente para voltear en cuanto escuchara la marcha de los soldados. En mi mente sólo recreaba el sonido, e intentaba recordar lo mejor posible los detalles de su rostro pero sólo lograba crear un recuerdo opaco e imperfecto. Me resigné y me dije que todo había sido una jugarreta cruel de mi mente. Fui enumerando los puntos importantes de nuestro encuentro y cada vez se parecía más a una alucinación.
Volví a sentir el desasosiego, esta vez con más intensidad, al demostrarme que había imaginado lo de aquella noche.
Un día soleado, después de mi lectura decidí recorrer los vastos jardines. Ya comenzaba a alarmarme despertar cada noche, durante semanas, sobresaltada y con lágrimas en los ojos; la respuesta se manifestó cuando —en una de esas noches de tormenta —desperté en el alfil de la ventana del balcón.
Me senté en una de las bancas de fierro forjado que estaban alrededor de la fuente de los querubines. Fui allí cuando escuché el sonido de mi condenación. Alguien había gritado desde algún lugar del bosque que rodeaba las praderas de mi hogar. Mi pulso se disparó y volteé buscando al jardinero, al chofer, a cualquiera. Nada. Todo estaba peligrosamente silencioso.
Me armé de valor, porque de alguna manera me sentía obligada a ir, como si todo estuviera predestinado. Caminé entre las zarzas levantándome el vestido. Agudizando el oído para correr en cuanto escuchara algún sonido anormal.
Entonces lo vi. Su cuerpo estaba agazapado, sus manos estaban aferradas de manera posesiva y violenta alrededor del cuerpo de Marianne, la ama de llaves. No era la escena sangrienta lo que me asustaba, era que me sentía complacida de volver a verlo. Deseaba correr pero la felicidad que sentía al volver a ver a aquel Ser perfecto y diabólico no me lo permitía.
Él levantó el rostro en cuanto se dio cuenta de mi presencia. Un hilo de sangre recorría su mentón, contratando con su piel blanca como la luna de manera perturbadora. El se acercó a mí, con las manos arqueadas y una sonrisa aterradora. En sus ojos negros percibí un brillo frenético y peligroso. Quería correr, eso era lo normal pero, tenerlo tan cerca me había impactado tanto que mi corazón peligraba con pararse en cualquier momento.
—Bella —susurró él.
Sentí una descarga eléctrica cuando sus labios pronunciaron mi nombre. De manera instintiva mi mano se movió en su dirección, dispuesta a tocarlo. No me importa el precio que tengo que pagar —pensé llena de contrariedad al observar los ojos vidriosos de la ama de llaves. Estos parecían observar en mi dirección, intentando alertarme. Era imposible cuando mis deseos son más fuertes que el miedo a perder la vida.
Yo lo sabía: me lo decía el cuerpo inerte de Marianne: él era peligroso, mortal, y no me importaba.
Conforme el avanzaba los rayos de sol que se filtraban de las compas de los árboles estallaban en su piel en millones de diamantes. Este era un nuevo descubrimiento, jamás había visto que el sol causara un efecto así. Otro rayo de sol, entonces comprendí que era su piel la que brillaba.
Él se espantó al ver a mi mano acercarse. Sus ojos se entonaron, abriéndose como platos, como si hubiera vuelto a la realidad al verme. Bastó con parpadear para que se alejara, llevándose el cadáver de Marianne.
Tambaleante, fui directo a mi casa. Recobrando la lucidez con cada paso que daba. No hice caso al alboroto que tenían los empleados domésticos y mi madre, quizá ya se habían enterado de la desaparición de Marianne. Subí a mi habitación, sumida en mi propio mundo.
Me posé en el balcón mirando a todas partes por la calle desierta, esperándolo. No fue hasta que perdí la conciencia gracias al sueño cuando dejé de pensar en él, aunque aún en mis sueños veía su rostro.
Unas de las muchas noches de insomnio y deseo por aquel ser diabólico y hermoso, inesperadamente, en medio de la quietud de mi habitación, escuché un tenue sonido de pisadas. Alguien se acercaba. Habían abierto la ventana del balcón, podía percibir en mi piel el gélido aire nocturno cruzando la ventana.
Era él, podía sentirlo. Sólo él podía causarme esta sensación magnética y esporádica, como si él me llamara hacía su órbita.
—No sabes cuánto te he esperado.
Cerré los ojos. De alguna extraña manera sabía lo que seguía. Fue acercándose poco a poco y con una caricia lenta fue dejando al descubierto las planicies de mi cuello. Primero sentí su aliento, un glacial soplo de invierno. Su boca, helada y suave como el rose de la seda, se abrió de par en par y se posó en mi garganta.
Sus dientes atravesaron fácil y silenciosamente la piel de mi cuello. El dolor que sentí al instante fue desconcertante. No sabía si estaba gritando, o retorciéndome: no me importaba nada más que no fuera el dolor de las llamas lamiéndome el cuerpo. Seguí pensando en él, y me aferré a su recuerdo, a la certeza que después de este dolor estaría él esperándome.
Al amanecer y después de una eternidad en las llamas desperté sobresaltada, y con muchísima sed. Podía sentir los cambios, más no lograba comprenderlos. Él me había llevado hasta el tejado, y desde aquí, como si estuviera presente, podía escuchar la voz aguda y preocupada de mi madre preguntando por mí, incluso mi padre estaba presente. Todo estaba demasiado agitado ahí abajo. Mis músculos se habían ensanchado y cualquier cosa a mi alrededor era un mundo diferente, el polvo, la madera debajo de mis pies, la vegetación, el aire y el sol.
Él me esperaba, con una expresión divertida y con una fascinación en sus ojos color escarlata. Pretendí volver a extender la mano para volver a tocarlo pero él se adelantó.
—Mi, Bella. Eres hermosa —sonreí y la tomé. Justo como había imaginado, su piel pálida y brillante era satinada —. Me llamo Edward Cullen.
Espero que mi pequeño relato haya sido de tu agrado
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